Las promesas de Dios

 


 Las promesas de Dios
se nos conceden por su Hijo
San Agustín
Comentario sobre los salmos 109,1-3
Dios estableció el tiempo de sus promesas y el momento de su
cumplimiento.
El período de las promesas se extiende desde los profetas hasta Juan
Bautista. El del cumplimiento, desde éste hasta el fin de los tiempos.
Fiel es Dios, que se ha constituido en deudor nuestro, ho porque
haya recibido nada de nosotros, sino por lo mucho que nos ha prome-
tido. La promesa le pareció poco, incluso; por eso, quiso obligarse

mediante escritura, haciéndonos, por decirlo así, un documento de sus
promesas para que, cuando empezara a cumplir lo que prometió,
viésemos en el escrito el orden sucesivo de su cumplimiento. El tiempo

profético era, como he dicho muchas veces, el del anuncio de las
promesas.
Prometió la salud eterna, la vida bienaventurada en la compañía
eterna de los ángeles, la herencia inmarcesible, la gloria eterna, la dulzura
de su rostro, la casa de su santidad en los cielos y la liberación del miedo
a la muerte, gracias a la resurrección de los muertos. Esta ultima es como
su promesa final, a la cual se enderezan todos nuestros esfuerzos y que,

una vez alcanzada, hará que no deseemos ni busquemos ya cosa alguna.
Pero tampoco silenció en qué orden va a suceder todo lo relativo al final,
sino que lo ha anunciado y prometido.
Prometió a los hombres la divinidad, a los mortales la inmortalidad,
a los pecadores la justificación, a los miserables la glorificación.
Sin embargo, hermanos, como a los hombres les parecía increíble lo
prometido por Dios –a saber, que los hombres habían de igualarse a los

ángeles de Dios, saliendo de esta mortalidad, corrupción, bajeza, de-
bilidad, polvo y ceniza–, no sólo entregó la escritura a los hombres para
que creyesen, sino que también puso un mediador de su fidelidad. Y no

a cualquier príncipe, o a un ángel o arcángel sino a su Hijo único . Por

medio de éste había de mostrarnos y ofrecernos el camino por donde
nos llevaría al fin prometido.
Poco hubiera sido para Dios haber hecho a su Hijo manifestador del
camino. Por eso, le hizo camino, para que, bajo su guía, pudieras caminar

por él.
Debía, pues, ser anunciado el unigénito Hijo de Dios en todos sus
detalles: en que había de venir a los hombres y asumir lo humano, y,
por lo asumido, ser hombre, morir y resucitar, subir al cielo, sentarse
a la derecha del Padre y cumplir entre las gentes lo que prometió. Y,
después del cumplimiento de sus promesas, también cumpliría su

anuncio de una segunda venida, para pedir cuentas de sus dones,
discernir los vasos de ira de los de misericordia, y dar a los impíos las
penas con que amenazó, y a los justos los premios que ofreció.
Todo esto debió ser profetizado, anunciado, encomiado como ve-
nidero, para que no asustase si acontecía de repente, sino que fuera
esperado porque primero fue creído

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